Begoña Llovet, directora de TANDEM Escuela Internacional
Imagínate que estás sentada en tu mesa de trabajo una mañana cualquiera del invierno madrileño y abres, como todos los días, los mensajes que hay en tu bandeja de entrada. Uno de ellos es de la Asociación Madrileña de Germanistas y encuentras el siguiente mensaje:
Estimados/a profesores/as:
Desde la Fundación Vicente Ferrer deseamos informarles de nuestro programa de voluntariado para profesores de alemán en la Professional School of Foreign Languages de RDT (Rural Development Trust), que es como se conoce a la Fundación Vicente Ferrer aquí en India.
Prevemos una vacante desde primeros de agosto hasta mediados de diciembre de 2018. La Escuela Profesional de Idiomas es un centro educativo para estudiantes postuniversitarios que quieren recibir una formación especializada en lenguas extranjeras. Los objetivos básicos de la escuela son favorecer la formación de universitarios/as de castas desfavorecidas, mejorar sus conocimientos de inglés, formarlos en otro idioma (francés, español o alemán), dar una formación básica en informática y contabilidad y facilitar su inserción laboral a través del desarrollo de sus estrategias de comunicación y softskills.
Se trata de un proyecto de reciente creación que comenzó su andadura en el año 2012. El objetivo de esta formación es preparar a los/las estudiantes para que accedan al mercado laboral.
Desafortunadamente, cada año nos enfrentamos a la falta de profesores/as cualificados/as, especialmente para las asignatura de alemán. Por ese motivo, hemos decidido ponernos en contacto con las asociaciones de profesores de lenguas extranjeras para difundir nuestro programa de voluntariado e intentar paliar este problema.
El profesorado que ha pasado por nuestra escuela coincide en que la gran motivación del alumnado y del equipo de profesores/as, junto con el impacto que nuestro trabajo tiene en el distrito de Anantapur, hacen que esta oportunidad sea una experiencia única e inolvidable para cualquier docente.
Necesitamos profesionales como vosotros/as para que los/las jóvenes de Ananthapur tengan un futuro mejor y contribuyan al desarrollo de toda la región.
Recibid un cordial saludo, y muchas gracias de antemano por vuestro interés y por la difusión de este llamamiento.
La llamada
Es curioso, porque si bien pertenecí a la AMG durante bastantes años, luego, por razones que no acierto a recordar, dejé de ser miembro y no tuve contacto con ellos. Hasta que hace un año me di cuenta de que debía darme de alta otra vez para tomar parte activa en las cuestiones relacionadas con el alemán en Madrid.
¡Y este es el primer mensaje que recibo! La India (destino largamente soñado), un voluntariado (sueño largamente acariciado), enseñar alemán (tarea siempre amada). ¡Y todo eso junto! Así, de repente. Cuando pensaba en un voluntariado pensaba más bien en tareas relacionadas con la sanidad, la educación de niños/as, la ingeniería o la arquitectura… Pero no en enseñar alemán, desde luego. Y menos en India. Hacer un voluntariado era uno de esos proyectos que tenía siempre en mente y que siempre había querido llevar a cabo, pero el tiempo pasaba y el proyecto no se materializaba.
Así que inmediatamente pensé que a ese mensaje solo le faltaba una línea arriba del todo: “Begoña Llovet, te estamos esperando”. Es decir, pensé que ese mensaje estaba dirigido a mí, que era una llamada, algo a lo que no podía decir no, porque apelaba a mis deseos más íntimos, a mis sueños y a mis talentos. Bueno pues… ¡estoy aquí!
Lo primero que hice fue compartirlo con mi marido, hablarlo con mis hijos. Desde el primer instante, y tras la sorpresa inicial, conté con su generosidad y con su amor y apoyo incondicionales. Después pensé en que además era el momento más adecuado en mi vida: los chicos ya grandes, mi madre sana con sus 88 años, el trabajo estable… Algún problema por aquí y por allá, pero ¿cuándo no hay problemas? ¿Cuándo no hay cuestiones, situaciones que pueden hacerte desistir de un sueño? Siempre las habrá, la cuestión es ver qué importancia tienen realmente. Y la cuestión es saber agarrar un tren que pasa por tu puerta y en el que hay un compartimento reservado para ti. Y arriesgarse, atreverse, sentir vértigo de nuevo.
De repente pensé en las personas que me han inspirado siempre, esas figuras que he admirado, desde el padre Damián hasta Thich Naht Hanh. Y dejé que me acompañaran en la aventura. Hay valores que has recibido a lo largo de la vida que de repente cristalizan de forma nítida y transparente en una acción. Esto era algo así. Estoy agradecida por ello a mis padres y a todos los maestros de vida con los que me he encontrado. Estoy agradecida a mi compañero y a mis hijos, a mi socia, a mi madre, a mis hermanos y hermana, a los amigos y amigas, compañeros/as de trabajo, vecinos y vecinas que esbozaron una amplia sonrisa cuando les conté mi decisión y me apoyaron con bonitas palabras. Gracias a todos ellos. Si había que vencer resistencias, serían solo las mías.
La Fundación Vicente Ferrer me era bastante, por no decir totalmente desconocida. Había oído hablar de Vicente Ferrer en alguna ocasión, pero nada más. Inmediatamente me puse a informarme, a investigar. Vi decenas de vídeos, leí fragmentos de textos suyos y de Anna Ferrer, visité la página web, rebusqué en Internet para encontrar testimonios. Todo lo que encontré me pareció interesantísimo. Una organización madura, coherente, orientada a la acción, con programas en las más diversas áreas, con sistemas de apadrinamiento de mujeres y niños, con microcréditos, con escuelas de apoyo y escuelas profesionales, con proyectos de ecología y de vivienda. Eso me animó aún más. Mi primer contacto fue con el responsable de la Escuela de Formación Profesional, José Antonio Hoyos. Tengo que decir que sin su apoyo, su profesionalidad, su cariño y su entrega probablemente yo no estaría aquí, y quiero agradecérselo.
José Antonio me explicó perfectamente todo lo relacionado con la escuela, y me di cuenta de que iba a tomar parte en un proyecto verdaderamente significativo: formar a chicos/as de Anantapur, procedentes de castas bajas y familias pobres pero con estudios, para que puedan acceder al mercado laboral en el SiliconValley de la India, en Bangalore, donde se encuentran todas las multinacionales como Amazon, Oracle, etc. Donde se hace gran parte del trabajo del que luego disfrutamos a través de Internet en el primer mundo. Batallones de traductores, administrativos, informáticos que llevan a cabo pequeñas tareas, a veces mecánicas y repetitivas, que hacen funcionar el sistema. Y estos chicos pueden acceder a esos trabajos, lo cual significa no solo que empiezan a ganar un sueldo digno, incluso muy bueno para las circunstancias locales, sino que además pueden enviar dinero y apoyar a sus padres, campesinos pobres. Lo cual a su vez supone que la comunidad se refuerza, que los campesinos tienen más recursos para trabajar sus campos y que la economía familiar y local se revitaliza. Y sobre todo, que ellos, miembros de castas bajas, se empoderan, se dignifican, exploran sus talentos y sus posibilidades en la vida.
La Fundación Vicente Ferrer
Cuando llegas a la FVF en la primera semana te dedicas a visitar proyectos, y eso es lo que hice. Visité escuelas infantiles de apoyo que sirven para reforzar el aprendizaje de niños desfavorecidos durante una hora y media, de 6.30 a 8 de la mañana, antes de que vayan a la escuela pública. Visité un proyecto de personas con discapacidad, que crean productos de artesanía en un taller y reciben un sueldo por ello. Una cooperativa de mujeres que produce artesanalmente compresas: no solo han conseguido tener una cooperativa y vivir de ella, sino introducir hábitos higiénicos en la vida de las mujeres de su comunidad. Y estar orgullosas de sí mismas. Un hospital ante el que te quitas el sombrero, en el que se atiende de manera gratuita y con buenos medios a personas sin recursos. Un proyecto de huchas: los más pobres, que en su momento recibieron ayuda de la Fundación, crearon este proyecto que consiste en repartir huchas por todas partes, en pueblos, escuelas, tiendas y todo tipo de lugares, para que la gente aporte algo. Con ese proyecto se recaudaron el año pasado miles y miles de rupias: de los pobres para los más pobres. Visité una escuela de niños con discapacidad: aquí los niños con discapacidad apenas son atendidos por la familia, ya que se consideran una carga y a menudo no se les proporciona ni una educación, ni una higiene ni una alimentación adecuadas. Eso significa que muchas veces esa discapacidad física se convierte también en una discapacidad intelectual por la falta de estímulos y de comunicación. Pues bien, la FVF los acoge y los educa, los atiende, les proporciona cobijo y atención. Impresionante.
Durante todas esas visitas hubo muchos momentos en los que se me saltaron las lágrimas. Es muy emocionante y hace que te des cuenta de los privilegios de los que disfrutamos casi sin darnos cuenta, del mundo tan materialista en el que vivimos y de la ignorancia que tenemos respecto a muchas de estas situaciones. Y piensas que por supuesto desde ese momento en adelante vas a tomar parte activa en la ayuda a los más pobres y ¡a dejar de pensar tanto en la pensión y en la hipoteca!
Muchos de los visitantes que vienen a pasar unos días a la FVF son padrinos y madrinas de niños y de mujeres. Y los encuentros son verdaderamente emocionantes, ya os lo podéis imaginar.
El campus es un lugar muy agradable, con una cantina en el centro en la que se come estupendamente, un auditorio, casitas de las personas que trabajan ahí, dormitorios para los grupos de niños y niñas que vienen con regularidad a bailar en las despedidas de visitantes, oficinas de traductores, tienda de artesanía, oficina de cambio, museo de la Fundación, espacios de reunión, biblioteca. Es mi hogar en este momento, y me siento a gusto. Está limpio, cuidado, es un oasis en medio del caos de pitidos, rickshaws, vacas, perros, camiones, etc. de Anantapur. Cuando entras, respiras. Aquí también vive Anna Ferrer. Y aunque solo la he podido ver por ahora en dos ocasiones, siento su presencia de forma nítida y constante: veo su impronta en todas partes, en las habitaciones, en la forma en que está organizado el campus, en el orden de la cantina, en la actitud de las personas que trabajan aquí, en las oficinas, en los proyectos. Es como si su presencia estuviera flotando sobre todas las cosas. Y es que creo que es ella, desde su inmensa trayectoria y su labor constante, la que sustenta el corazón de la Fundación. Por supuesto apoyada por un magnífico equipo de directivos y directivas, de cooperantes, de voluntarios y voluntarias. Después de leer su libro “Un pacto de amor”, me gustaría reivindicar más su figura y su importancia en todo el trabajo de Vicente. Ella se reúne personalmente y con gran naturalidad con todos los visitantes y voluntarios, para hablar de la Fundación y compartir con ellos pensamientos y sentimientos.
Reinventarse
La verdad es que me parece como si llevase aquí un montón de tiempo. Me siento en casa. Y esa es una sensación fantástica, sobre todo cuando antes de venir has tenido angustia, miedos y temores, y has pensado algunas veces en echarte atrás. Salir de tu vida, por unos meses, enfrentarte a un desafío, salir de la comodidad del día a día, asomarte a un nuevo mundo, descontextualizarte, de alguna manera reinventarte, o no, simplemente explorar todo lo que hay en ti, requiere un tiempo. Es una decisión que tomas pero a la que luego le das muchas vueltas. Porque tienes miedo. Por lo menos yo lo tenía. Me imaginaba a enormes mosquitos portadores de malaria revoloteando por mi habitación. Me imaginaba un calor atroz. Un alojamiento incómodo, una comida regular. Me imaginaba perdida y a veces angustiada… ¡Cómo es la mente! Está constantemente dando vueltas a las cosas, adelantándose a los acontecimientos, creando expectativas, anclada en el pasado o en el futuro, impidiéndonos vivir de manera plena y consciente el presente. Pues sí. Sobre todo los dos días anteriores a mi partida estuve fatal. Desde que tomé la decisión fui haciendo todo lo que era necesario: el visado, las vacunas, el billete de avión, preparar el material para las clases, etc. Como una autómata a la que algo o alguien ha dado cuerda. Y al mismo tiempo tenía miedo de contárselo a la gente por si en el último momento me echaba atrás. ¡Qué inútil y tonto me parece ahora todo eso! Pero es como lo viví, y así lo cuento.
Ninguno de mis temores se ha hecho realidad. Ha sido todo lo contrario. Desde que crucé la puerta de la Fundación todas mis expectativas se vieron superadas. ¡Superadísimas! Considero un regalo estar aquí. Y doy gracias a la vida.
Las clases comenzaron el día 20. Tengo un grupo de 19 chicos de entre 22 y 27 años. Son los alumnos con los que cualquier profesor soñaría. Vienen a clase sonriendo cada mañana, están motivadísimos, son educados, amables, se entregan a cualquier actividad que les propongas con entusiasmo. Trabajan. Y son divertidos. Cada día que paso junto a ellos los aprecio más. Admiro sus ganas de aprender, su capacidad de superación. Me dan ternura, porque son muy niños. Aquí en la India los chicos de esa edad normalmente no han compartido nunca nada con chicas, no han tomado nunca una cerveza ni han salido probablemente de su ciudad o su provincia. Saben que en un par de años, cuando tengan trabajo, sus padres les arreglarán el matrimonio y para ellos es algo totalmente natural. Algunos días de repente tengo la sensación de que estoy dando clase a marcianos, o más bien de que yo soy una marciana: ellos no saben quiénes son los Beatles, no conocen el 85% de las comidas que vienen en el manual de alemán, no conocen a futbolistas como Messi. Yo no conozco a los famosísimos jugadores de cricket ni a las deslumbrantes estrellas de Bollywood, no sé interpretar aún algunos de sus gestos, no conozco sus aldeas ni a sus familias. Y sin embargo ya el primer día aprendieron a cantar la Oda a la Alegría de Beethoven conmigo. Un trocito, el que dice “Alle Menschen werden Brüder”. Les encanta. Lo aprendimos con un vídeo de Youtube en el que lo canta un coro juvenil de Colonia. Es decir, ya están familiarizados con Beethoven y también con Mozart. Y con Andreas Vollenweider, y con Rammstein. Y yo con algunas frases de telugu, con el pollo Byriani, con el cricket, con sus pies descalzos y con su manera de mover la cabeza para decir sí, no, o todo lo contrario.
Aprenden bien y con ganas. A veces la dificultad no es tanto el contenido como la tipología de los ejercicios, con la que no están familiarizados. Hay que explicar bien cómo es la mecánica de cada ejercicio, y a veces hay que aclarar cosas tan sencillas como qué representa un dibujo (un queso, un yogur, una mermelada). O hay que explicarles, no sin cierta vergüenza, las partes de nuestras casas, nuestros electrodomésticos y muebles, sabiendo que sus casas normalmente consisten en una sola habitación. Por otra parte, en su biografía de aprendizaje abundan las clases frontales, en grupos grandes y sin mecanismos de participación. No se fomenta el trabajo en grupo y carecen de los conocimientos necesarios para organizar algunas tareas de clase. Pero les sobran ganas, entusiasmo, motivación. Y eso es todo en el aprendizaje. Así que mis clases tienen un enfoque comunicativo con muchos elementos de la enseñanza holística o Ganzheitliches Lernen, que es mi especialidad, y pinceladas de nuevas tecnologías. Me gusta y está resultando efectivo.
Gracias
Tengo que dar las gracias expresamente a la editorial Klett, que a través de su directora en Madrid, Virginia Gil, buena amiga y colega, envió de forma gratuita todos los manuales y libros de ejercicios para los chicos. Si no lo hubieran hecho, estarían trabajando con fotocopias de mala calidad. Tengo que dar las gracias a Christine Hinterholzer, profesora de TANDEM, que me preparó una carpeta fantástica con material adicional. A Thomas Kortmann, profesor de TANDEM, que puso a mi disposición todos sus materiales y también la posibilidad de que los alumnos entrasen en el Moodle de TANDEM. Y sobre todo a Birgit, profesora de TANDEM que se formó conmigo en el campo de la Sugestopedia, compañera de aventuras como la PNL, coautora del curso online “Aprender con el corazón y la cabeza” de TANDEM, formadora de profesores y persona encantadora que me está acompañando durante toda la estancia aclarándome dudas y dándome mucho ánimo casi todos los días. Y tengo que dar las gracias a mi socia y a mis compañeros de trabajo, que me han facilitado la tarea de estar ausente durante cuatro meses de las tareas cotidianas de mi escuela.
Echo de menos a mi compañero y a mis hijos, a mi madre y hermanos. Es normal. Pero los echo de menos de una manera positiva. Pienso en cómo me gustaría que viviesen todo lo que estoy viviendo, y pienso también que quizás mi ausencia abra nuevos espacios en sus vidas, nuevas inspiraciones, nuevas ideas. Igual que los está abriendo en mi vida, porque estoy aprendiendo mucho, y dándome cuenta de todo lo que me queda por aprender… Lo cual siempre está bien, ¿no? Lo que espero, en cualquier caso, es que mi estancia aquí resulte inspiradora y que, al igual que una gota en un estanque, provoque círculos concéntricos y bellos de acción. Esto que hago es comparable a un diminuto grano de arena, de la más fina, es una aportación muy humilde y breve. Pero en ella van todo mi corazón y toda mi alma.
Así que si un día cualquiera abres tu correo y encuentras un mensaje de… ¡Lánzate a la aventura!
Gracias.